viernes, 10 de abril de 2015

Jane Austen no deja muy bien parados a los Historiadores... ¿o sí?


Hace siglos que no escribo una entrada... mal muy mal... en fin, tampoco he dejado sin alimento a los millones de lectores ávidos que esperan una entrada cada día. Al menos tengo esa suerte. El que no se consuela es porque no quiere.

Bueno ¿y a qué se debe este regreso?

Muy fácil, estoy leyendo una de mis autoras predilectas: Jane Austen. Ustedes me dirán que soy muy poco original... y yo les respondo que Austen consigue desvelarme, cosa que no ha conseguido Martin con cinco tomos de Canción de Hielo y Fuego (que no me venga el freak a criticarme, para mi son soporíferos, me ayudaban a dormir más que la valeriana).

Estoy leyendo la Abadía de Northanger y entre sus páginas he encontrado cosas más que interesantes. Una de ellas es la que aquí les traigo: un breve diálogo sobre el rol, o más bien la fama, del historiador en la Inglaterra de finales del XVIII (la cabra tira al monte).

Les pongo en situación: tres jóvenes dialogan sobre sus gustos literarios (algo así como si en la actualidad tres jóvenes discutiesen sobre sus gustos televisivos) y en un punto de la conversación una de las jóvenes, Catherin Morland la protagonista, apostilla que le aburre soberanamente leer libros de Historia. 

¿Les suena algo? Pues sí. Que levante la mano al que no le aburren los libros de Historia (hasta a mi y eso que estudio Historia). No me refiero a las novelas históricas (sobre las novelas también se despacha bien Austen en esta novela, pero sobre eso ya escribiré otro post), me refiero a los ensayos y a los libros que son resultado e una ardua investigación. Está visto que los historiadores no escriben para entretener ¿Pero es realmente necesario ser tan tediosos? ¿Qué está fallando? ¿Cómo es posible que desde hace tres siglos los historiadores tengamos fama de aburridos? y más aun ¿cómo es posible que en las estanterías de bestseller nunca haya un ensayo histórico? Repito: algo está fallando y los historiadores deberíamos planteárnoslo seriamente. Esta muy bien eso de ser rigurosos pero esto no es incompatible con entretener y hacer disfrutar al lector.

Queridos colegas... es hora de plantearse un cambio.

Les reproduzco el texto a continuación para que se deleiten. 

—Quisiera poder decir lo mismo; pero si alguna vez leo obras históricas es por obligación.  No encuentro en ellas nada de interés, y acaba por aburrirme la relación de los eternos disgustos entre los papas y los reyes, las guerras y las epidemias y otros males de que están llenas sus páginas. Los hombres me resultan casi siempre estúpidos, y de las mujeres apenas si se hace mención alguna. Francamente: me aburre todo ello, al tiempo que me extraña, porque en la historia debe de haber muchas cosas que son pura invención. Los dichos de los héroes y sus hazañas no deben de ser verdad, sino imaginados, y lo que me interesa precisamente en otros libros es lo irreal.
—Por lo visto —dijo Miss Tilney—, los historiadores no son afortunados en sus descripciones. Muestran imaginación, pero no consiguen despertar interés; claro que eso en lo que a usted se refiere, porque a mí la historia me interesa enormemente. Acepto lo real con lo falso cuando el conjunto es bello. Si los hechos fundamentales son ciertos, y para comprobarlos están otras obras históricas, creo que bien pueden merecernos el mismo crédito que lo que ocurre en nuestros tiempos y sabemos por referencia de otras personas o por propia experiencia. En cuanto a esas pequeñas cosas queembellecen el relato, deben ser consideradas como meros elementos de belleza, y nada más. Cuando un párrafo está bien escrito es un placer leerlo, sea de quien sea y proceda de donde proceda, quizá con mayor placer siendo su verdadero autor Mr. Hume o el doctor Robertson y no Caractus, Agrícola o Alfredo el Grande.—Veo que, en efecto, le gusta a usted la historia... —dijo Catherine—. Lo mismo le ocurre a Mr. Allen y a mi padre. A dos de mis hermanos tampoco les desagrada. Es extraño que entre la poca gente que integra mi círculo de conocidos tenga este género tantos adictos. En el futuro no volverán a inspirarme lástima los historiadores. Antes me preocupaba mucho la idea de que esos escritores se vieran obligados a llenar tomos y más tomos de asuntos que no interesaban a nadie y que a mi juicio no servían más que para atormentar a los niños, y aun cuando comprendía que tales obras erannecesarias, me extrañaba que hubiera quien tuviese el valor de escribirlas.—Nadie que en los países civilizados conozca la naturaleza humana —intervino Henry— puede negar que, en efecto, esos libros constituyen un tormento para los niños; sin embargo, debemos reconocer que nuestros historiadores tienen otro fin en la vida, y que tanto los métodos que emplean como el estilo que adoptan los autoriza a atormentar también a las personas mayores. Observará usted que empleo la palabra «atormentar» en el sentido de «instruir», que es indudablemente el que ustedpretende darle, suponiendo que puedan ser admitidos como sinónimos.—Por lo visto cree usted que hago mal en calificar de tormento lo que es instrucción, pero si estuviese usted tan acostumbrado como yo a ver luchar a los niños, primero para aprender a deletrear, y más tarde a escribir, si supiera usted lo torpes que son a veces y lo cansada que está mi pobre madre después de pasarse la mañana enseñándoles, reconocería que hay ocasiones en que las palabras «atormentar» e «instruir» pueden parecernos de significado similar.—Es muy probable; pero los historiadores no son responsables de las dificultades que rodean a la enseñanza de las primeras letras, y usted, que por lo que veo no es amiga ni defensora de una intensa aplicación, reconocerá, sin embargo, que merece la pena verse atormentado durante dos o tres años a cambio de poder leer el tiempo de vida que nos resta. Considereque, si nadie supiera leer, Mrs. Radcliffe habría escrito en vano o no habría escrito nada, quizá. 

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